Antonio Peredo nació en Trinidad (Beni) el año 1936. Poco antes había terminado la Guerra del Chaco y el país se preparaba para grandes transformaciones, muy a tono con un turbulento siglo XX plagado de revoluciones.

Su infancia transcurrió alternando entre Beni y Cochabamba. Con apenas 14 años comenzó su aprendizaje político con un primo mayor que sin embargo no logró convencerlo de afiliarse al PIR, pues este partido se había aliado con la derecha para derrocar a Gualberto Villarroel. Era 1950 y estaba formándose el Partido Comunista impulsado por lo más rebelde de la juventud de izquierda, que en Beni tenía como su principal propagandista a Víctor Hugo Libera, con el respaldo de los hermanos Peredo. Para entonces Antonio ya trabajaba como tipógrafo en el semanario Izquierda, que se publicaba en la capital trinitaria; arrancaba así muy joven su larga carrera periodística.

Antonio Peredo junto a Evo Morales

Antonio Peredo: Del Beni a la JCB

En abril de 1952 se inauguró una nueva era en la historia boliviana con la insurrección de obreros y campesinos que derrotaron al Ejército de la oligarquía minero-feudal. El nuevo poder revolucionario en los hechos lo tenía la Central Obrera Boliviana (COB), pero los cobistas decidieron colaborar con los nacionalistas y apuntalaron la presidencia de Paz Estenssoro.

En este contexto, la familia Peredo arribó a La Paz en marzo de 1953, instalándose en un modesto departamento ubicado en la calle General Lanza. Antonio inmediatamente se vinculó a la Juventud Comunista, una de cuyas dirigentas era Diva Arratia, que desde entonces sería su entrañable amiga.

El resto de los años cincuenta fue de febril actividad política, organizando células comunistas en las fábricas, minas y universidades, siempre burlando a los órganos de represión. Al mismo tiempo Antonio desplegaba su talento periodístico, trabajando entre otras en las radios El Cóndor, Méndez y Nueva América, esta última dirigida por Raúl Salmón. Su privilegiada voz le permitía ser locutor de noticias, trabajar en el teatro radial y hasta en alguna ocasión, por ausencia del titular, relatar un partido de fútbol en el viejo estadio Luis Lastra. Infatigable, escribía como cronista en varios medios como El Diario o Jornada, y por supuesto el semanario El Pueblo del comunista Fernando Siñani. Integrante del Sindicato de Trabajadores de la Prensa , llegaría años después a ser presidente de su Tribunal de Honor.

La lucha armada

La revolución cubana de 1959 sacudió a toda Latinoamérica. A través del teletipo que se usaba entonces, Antonio tenía acceso a la información, cada vez más censurada por las agencias internacionales, sobre la transición en Cuba de un proceso inicialmente nacionalista hacia una revolución abiertamente socialista, a través de métodos de movilización de masas que incluían la lucha armada.

Esa lucha armada con centro en Bolivia pero con proyección hacia otros países de Sudamérica se intentó en 1967 con la guerrilla de Ñancahuazú. Dirigido por Ernesto Che Guevara el grupo guerrillero tenía entre sus combatientes a Guido Inti Peredo y Roberto Coco Peredo. El Partido Comunista que había ofrecido pleno respaldo a la guerrilla terminó traicionando a los revolucionarios. Entonces nació el Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Perseguido por el régimen de Barrientos, Antonio salió hacia Chile y desde allá colaboró con el rescate de los sobrevivientes de la columna guerrillera, entre los que estaba su hermano Inti; su otro hermano Coco no pudo sobrevivir. Recibió a los guerrilleros en suelo chileno Salvador Allende, entonces presidente del Senado de un país que se estaba convirtiendo en hervidero de ideas socialistas.

La muerte de Inti Peredo

Antonio ya era militante del ELN, que le encargó el trabajo de coordinación con otros movimientos revolucionarios sudamericanos. En septiembre de 1969 Inti Peredo, que había retornado a Bolivia para organizar una nueva guerrilla, moría en La Paz enfrentando a las fuerzas represivas en una vieja casona ubicada en la calle Santa Cruz. La posta la tomaron otros militantes que en 1970 reiniciaron la lucha armada en Teoponte, una experiencia que terminó en desastre con la inmolación de decenas de jóvenes guevaristas.

En Chile, Antonio, profundamente dolido por estas noticias, redoblaba sus esfuerzos en medio del proceso político allendista. El triunfo de la revolución chilena será también un triunfo para Bolivia, razonaba el hombre que ya era padre de dos hijas, Rocío y Marta, y también de Jorge y Carlos, los hijos de su esposa.

La anhelada victoria no llegó, sino la derrota y con ella las dictaduras militares, primero en Bolivia, luego en Uruguay, después en Chile y finalmente en Argentina. El terrorismo de Estado, coordinado entre los regímenes militares en lo que fue el Plan Cóndor, asoló nuestros países eliminando a toda una generación política que creía en la opción guerrillera.

La cárcel y la tortura

Retornado clandestinamente a Bolivia en pleno banzerismo, cae preso el año 1975 y pasa en la cárcel los siguientes años, encadenado con las manos atrás los primeros meses, lo que le dejó un anquilosamiento en los hombros que nunca pudo curar. Las primeras amnistías que Banzer se vio forzado a aprobar le permitieron recuperar su libertad y ser parte el año 1979 de la fundación del semanario Aquí, junto a un grupo de periodistas de izquierda encabezado por Luis Espinal. Hasta ahora sigue siendo ejemplar el diálogo y la colaboración entre un jesuita teólogo de la liberación como era Lucho con un marxista de convicciones ateas como era Antonio.

Al salir de la cárcel había formado una nueva pareja con María Martha, también militante del ELN, y de esa relación nació su hijo Antonio en 1980. El núcleo familiar crecía con los hijos de su compañera: Fernando, Estefanía, Viviana y Julio. Antonio siempre decía que la vida le había regalado un total de nueve hijos.

El exilio

Su amigo Espinal fue asesinado en marzo de 1980 y al poco tiempo sobrevino el golpe de García Meza. Antonio y su familia tuvieron que salir del país, asilándose en México. Posteriormente, el triunfo de la revolución sandinista motivó a la familia a dejar México y viajar a Nicaragua en 1982; nuevamente Antonio ponía a prueba su internacionalismo trabajando por un naciente proceso en tierras extrañas, aprendiendo de sus aciertos y errores. Estuvieron dos años en Managua, hasta que Bolivia reclamó su presencia. Era el momento de volver.

Pudo ver cómo el gobierno de la UDP fracasaba, acosado por la derecha en el parlamento y por el sindicalismo en las calles. Ya había asumido la dirección de su querido semanario Aquí, convirtiéndolo en tribuna de denuncia del neoliberalismo, haciendo los mayores esfuerzos por seguir publicándolo hasta bien entrada la década de los noventa. Sólo cuando la voluntad de unos pocos ya no alcanzaba para superar los problemas económicos el periódico tuvo que cerrar.

Entonces se dedicó a la cátedra universitaria y a un voluntariado en la Fundación Ernesto Che Guevara. La Funche acogió a hombres y mujeres de todas las edades, en un esfuerzo por actualizar el pensamiento socialista en las nuevas condiciones abiertas por el ocaso neoliberal.

El legado

Consciente de la insurgencia de las naciones originarias aymaras y quechuas, del contenido obrero, indígena y popular que debía tener el proceso revolucionario boliviano, Antonio aceptó acompañar a Evo Morales como candidato a Vicepresidente en las elecciones generales de 2002. Es indudable su aporte ideológico, político y simbólico a las transformaciones que el país vive desde el año 2006. En este último período le tocó ser legislador y cumplió la tarea con la misma pulcritud, honradez y sencillez con la que asumió todo lo que la vida le puso por delante.

Es grande el legado de Antonio, de este hombre que nunca manchó sus ideales. Lo es por su prolífica obra escrita en décadas de periodismo militante. Y lo es también por su elevada ética, forjada a lo largo de toda una vida de compromiso consecuentemente revolucionario. Y no reduzcamos la consecuencia a mantener inmutable una posición política, eso puede también llevar a la persistencia en el error y por tanto al doctrinarismo estéril. La consecuencia es saber comprender los cambios en el mundo a los fines de transformarlo, de revolucionarlo. Antonio tenía esa capacidad y no se vanagloriaba por ello, esta humildad lo convirtió en maestro. Buen viaje maestro.

ALFREDO RADA / Periódico Cambio