La Paz, 26 mar.- Han pasado casi 15 años desde que Ramiro Castillo partió. Dejó físicamente este mundo, pero su esposa, María del Carmen, y sus dos hijos, Ramiro y Marjorie, lo llevan presente diariamente en espíritu. La imagen que guardan es del hombre de una gran calidad humana, sencillo, disciplinado, querendón de su familia y de su mayor pasión, el fútbol.

Nacido en Coripata, en los Yungas, tuvo una gran trayectoria deportiva, en el país y en el exterior. El querido y recordado ‘Chocolatín’ hubiese festejado mañana 46 años.

Ramiro CastilloCarmen recuerda la época en que lo conoció. “Ambos teníamos 15 años, nos presentaron unos primos, pero empezamos a salir como pareja cuando yo estaba en la universidad y él se probaba en The Strongest. Un día en la calle me saludó desde un bus. Consiguió mi número de teléfono y esa noche recibí su llamada. A raíz de ese encuentro casual, empezamos a salir. Al año siguiente nos casamos e inmediatamente nos fuimos a vivir a Argentina, pues a poco de su incorporación al Tigre surgió la posibilidad de jugar en Instituto de Córdoba”.

Vida de itinerantes

A lo largo de su carrera futbolística, los viajes y cambios de residencia fueron constantes, pero el deseo de mantener la familia unida primaba en la pareja. “Fue una etapa muy linda haber acompañado a Ramiro Castillo durante toda su carrera deportiva, y a medida que crecía la familia nos propusimos estar junto a él, fuera donde fuera”.

La familia Castillo vivió mucho tiempo en el exterior. Ramiro Castillo era muy cauteloso con la seguridad de sus hijos y esposa. “Generalmente él se adelantaba para arreglar los detalles de nuestra estadía, una vez que se realizaban los protocolos contractuales con los clubes, nosotros lo alcanzábamos. En una ocasión nos tocó vivir en un hotel durante un tiempo”.

En Argentina surgieron ofertas de otros clubes. Cambiaban de residencia con frecuencia. “Viajamos por muchos lugares, cambiábamos de ciudad y también de país. No fue muy difícil para los niños, se adaptaron rápido, el que más sufría era Ramiro, los cambios constantes le afectaban mucho, le preocupaba mucho la educación y seguridad de los niños”.

Carmen cuenta una anécdota de su estadía en Chile. “Cuando fuimos a Viña del Mar después de haber vivido en Buenos Aires, nos costó mucho conseguir colegio para los niños. En Chile, las gestiones de ese tipo son más estrictas, y una de las condiciones para inscribir a los niños en el colegio era tener la aprobación de la psicóloga. El informe psicológico de los niños fue bueno, y más bien le tuvo que recomendar a Ramiro que se tranquilice y asuma con serenidad los cambios, especialmente por su actividad deportiva” (sonríe).

La vida sin Ramiro Castillo

Cuando Ramiro Castillo retornó al país se incorporó a Bolívar. Años después, la familia tuvo que afrontar dos crudas pérdidas. “La muerte de un ser querido no se supera nunca. Nosotros, además de la muerte de Ramiro, tuvimos que sobreponernos a la muerte de mi segundo hijo, José Manuel. Mis hijos y yo aprendimos a vivir con ese dolor, asumimos lo que pasó y seguimos adelante; no nos quedaba de otra. A lo largo de este tiempo, después de éstas dos tragedias, aprendimos a mirar adelante gracias a Dios, y a la fuerza que Él nos ha dado”.

Carmen tuvo que afrontar la partida de su hijo y meses más tarde la de su esposo (1997). Su estado emocional era muy frágil. “Fue muy difícil, el motivo fundamental para salir adelante fueron mis otros dos hijos, me costó mucho superar la depresión, estuve medicada muchos meses. Me pongo muy nostálgica cuando recuerdo ese tiempo” (baja la vista).

La vida sin Ramiro y José Manuel no era la misma. “Me costó adaptarme a la nueva vida sin ellos, pero Ramiro me dejó una linda herencia: la escuela de fútbol (de El Alto). Esta ocupación me mantuvo a flote y llenó mis días. Tenía la meta de continuar y hacer posible el sueño de Ramiro cuando fundó esta escuelita. Ésa y la fuerza que Dios me han dado me han mantenido en pie”. Hace pocos meses, la familia tuvo que vender la escuelita que formó a varios futbolistas mientras estuvo en funcionamiento.

Hoy, la vida de Carmen y de sus hijos ha retomado el rumbo. “Mi hijo mayor es profesional y Marjorie es estudiante de secundaria en colegio, va a cumplir 17 años. Ella tenía dos años cuando su papá falleció. Tiene el recuerdo de su papá gracias a las fotografías y cientos de recortes de diarios que atesoramos en casa. Ella está consciente de quién fue su padre, siente mucho orgullo por él. El año pasado realizó una exposición en un club de lectura sobre la vida de Ramiro, fue muy emotivo para nosotros. Así pasamos la vida sin Ramiro”.

Los tres están orgulloso del papá Ramiro Castillo

Sus dos hijos son deportistas. Ramiro Jr. y Marjorie practicaron tenis. Cuando murió el papá, Ramiro empezó a mostrar interés por practicar fútbol. Lo sigue practicando, pero no a nivel profesional, pues eligió estudiar y tener una carrera académica.

El orgullo de madre crece día a día para Carmen. “Me siento muy satisfecha al ver felices a mis hijos y ver cómo se hacen grandes y profesionales, me llena de orgullo”.

A pesar de la tristeza, siempre les dice: “Mirar atrás ni para tomar impulso. Ahora nos tenemos los tres para sobrellevar la vida sin ellos. Ramiro y José Manuel siempre están en nuestro recuerdo, no sólo en fechas especiales, sino en todos los días de nuestra vida”. (Mariela Ortiz/Cambio)