La Paz, 28 feb.- Caos vehicular al ingreso a la zona de desastre, Kupini II, que se cae a pedazos tras un gigante deslizamiento de suelo, es el preámbulo del testimonio viviente de la tragedia que agoniza en las calles agrietadas cuesta arriba. Miles de vecinos claman por sus pertenencias, la vida se les va en tratar de conservar algo por lo que lucharon años. Pero la realidad pesa más, deben iniciar una dolorosa evacuación de su hogar.
Como hormigas, mujeres, hombres y niños suben y bajan las calles de la incertidumbre para cargar sus pertenencias hacia la intemperie con apoyo de cientos de soldados de las tres fuerzas militares y algunos funcionarios de la Alcaldía. No tienen tiempo para reflexionar sobre lo que sucedió. Todo pasó tan de repente que hasta ahora piensan que sólo fue una pesadilla lo que sucedió el sábado.
Al comienzo de la caminata, una joven mujer llora sin consuelo; la noche anterior pasó en vela en la casa de una amiga tras haber sido obligada a salir de su casa por el inminente riesgo que corría de desplomarse en cualquier momento. “Ni la ropa que tengo es mía”, dice entre sollozos Judith Limachi.
Miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, asegura que entre la desgracia que le tocó vivir a su familia, lo bueno que sucedió fue la gran solidaridad de sus amigos, familiares, además de guías mayores y conquistadores de su secta.
Doscientos metros arriba, un grupo de personas intenta proteger de la llovizna persistente unos muebles viejos, ropa y enseres de cocina. En esos ajetreos están, y uno de ellos, el que parece más informado, manifiesta: “Esto viene desde Pampahasi y ha llegado hasta el Valle de las Flores, Santa Rosa de Kallapa, Irpavi y Kupini II”.
Mirando a su vecino le dice: “No ha sido un deslizamiento, ha sido un sismo. Te acuerdas anoche, ha caído el poste de tu casa y hemos sentido el temblor a eso de las 9:30”. Y añade: “Yo vivo acá 23 años y nunca tuve problemas”.
Una mujer que se apoya agotada en una vitrina aprovecha de quejarse y asegura que tuvieron que entrar a la fuerza a su casa para sacar sus pertenencias, ya que “los funcionarios de la Alcaldía sólo nos decían ¡salgan, salgan! Los militares están trabajando, nos están ayudando, pero algunos policías nos han tratado muy mal, sólo faltaba que nos peguen”.
“Los niños toda la noche han caminado, esas pobres wawitas... ojalá no se hayan extraviado con el ajetreo”, dice Ana Gutiérrez.
La tragedia que terminó con los sueños de estos vecinos que aún siguen en shock se respira en las calles, donde la actividad es incesante. Muchos de ellos no saben ni siquiera cómo reinventarán su vida, sólo se aferran a sus seres queridos y a algunos objetos personales. Conmocionado por lo sucedido, el ministro de Defensa, Rubén Saavedra, comanda personalmente las acciones de evacuación y prevención. Verifica que se aplique el control en los cordones de seguridad, para que los vecinos no corran riesgos innecesarios ingresando al área de derrumbe. Al fondo, toneladas de tierra deslizada se llevaron cientos de casas en horas previas.
“Como Gobierno nacional, en coordinación con los COE (Centro de Operaciones de Emergencia) departamentales y municipales, estamos atendiendo. Por ahora estamos logrando cubrir con recursos propios”, informa la autoridad.
Asegura que en el caso concreto del deslizamiento en Kupini II, 500 efectivos de las tres fuerzas militares (Naval, Ejército y Armada) se movilizan junto con un grupo especializado en rescate como es el SAR- FAB.
“Están siendo apoyados con canes que van hacer un rastrilleo en todo el sector donde ocurrió el desastre para ver si pueden detectar alguna persona que haya fallecido”, dice Saavedra.
A unos metros, una mujer de más de 50 años llora su desgracia, tiene deseos de hablar y llamar la atención por la tragedia que viven ella, su familia y sus vecinos. “Mi gente llora, soy de Pulacayo, Potosí; tengo familiares en Oruro, mi otra familia vive en Buenos Aires”, dice.
Dirigente de la zona, María Elena Siles Sanabria no puede contener las lágrimas y confiesa que el trabajo de toda su vida se esfumó, pues la casita que construyó se derrumbó.
“Empezó abrirse el asfalto con rajaduras y la Alcaldía nos dijo que no era nada grave, que era sólo un asentamiento. Ahora somos cinco zonas que hemos desaparecido del mapa”, dice la mujer agarrándose la cabeza.
El rescate fue estresante
Marbel Flores viste uniforme rojo, igual que sus compañeros voluntarios de Bomberos Antofagasta. Desde el sábado por la tarde trabajó en tareas de rescate, durmió apenas tres horas y retornó de madrugada al lugar del siniestro.
“Lo más impactante fue que tuve que evacuar a cuatro personas, pero se han quedado cuatro más atrás, no sé qué ocurrió con ellos. Mis compañeros estaban esperando al otro frente, y nosotros estábamos subiendo con garrafas, entonces se cayó un lado del camino, ya no teníamos paso, se cayó también el otro lado del camino. Hemos llegado justo cuando todo se derrumbaba, y era una histeria total y fue extremadamente estresante”, relata.
Flores también participó en las tareas de rescate del derrumbado edificio Málaga en Santa Cruz y asegura que en Kupini es “como caminar por el valle de la muerte”.
Sus compañeros se aprestan a rescatar a unos vecinos que cruzan la parte baja del gigante derrumbe del cerro y apenas se apoyan en un piso de cemento rajado de una casa a punto de desplomarse bajo sus pies.
Jimena Mercado Centellas / Cambio