7 feb.- Pétalos de flores, duraznos, lucmas, chicha, alcohol, azúcar y/o confite, además de serpentinas, banderines, globos y mixtura son los elementos esenciales para llevar a cabo la tradicional ch’alla de carnaval: ritual ancestral que entreteje la fiesta del Anata-Carnaval.

Aunque cada elemento se alinea hacia determinada costumbre (tanto a favor de lo ancestral como de lo colonial), cada uno de ellos se conjunciona en un sincretismo cultural que sólo es posible en un país tan diverso como Bolivia.

La ch'alla en BoliviaEl sociólogo David Mendoza explicó que mientras los primeros siete insumos del listado se anotan como parte de los elementos utilizados por nuestros antepasados desde antes de la llegada de los españoles como parte de los festejos del Anata andino, los restantes son más bien resultado de la instauración de la fiesta del Carnaval, heredado por los españoles.

Según el experto, a ello se debe la concepción del Anata-Carnaval, festividad que tiene origen precolombino y que conjunciona su ritualidad con la celebración pagana de las carnestolendas traída por los conquistadores.

Testimonios de las propias caseras que se dedican a la comercialización de estos insumos en vísperas de los feriados de esta festividad, que comienza el día de la Virgen de Candelaria, afirman que el rociado de estos insumos dulces y naturales se constituye en un ritual de agradecimiento y petición de favores a las deidades.

“Los dioses son alimentados con rituales, ofrendas, música y danza, para que luego procuren condiciones óptimas para el crecimiento y la maduración de la cosecha, la producción de chuño y tunta”, confirmó el sociólogo en una entrevista concedida a Cambio.

Para el historiador Jesús Llusco, el Anata Andino es una forma de agradecimiento a la Madre Tierra por la producción agrícola de este año, “el taypi de la economía y relación social del mundo aymara”, afirmó.

De acuerdo con el experto, en esta expresión cultural —que con el pasar de los años trascendió hacia varios departamentos del país— se realizan rituales como la ch’alla, “una libación y ofrenda a la Pachamama (Madre Tierra) en señal de agradecimiento por los favores recibidos y solicitándole mayor fertilidad en su producción”, explicó Llusco a Cambio antes de comentar que la tarqueada, la moseñada y la pinkillada son los ritmos de música con los que expresan su agradecimiento en esta temporada del año.

En cuanto a las deidades, Mendoza explica en su libro No se baila así nomás, Tomo I, que esta veneración adoptó formas altamente sincréticas, equiparando y superponiendo —por ejemplo— las imágenes de la Virgen María y de la Pachamama, de Illapa/choquella y Tata Santiago.

“A pesar del medio milenio de cristianización, tanto la Pachamama (Madre Tierra) como los Achachilas (dioses tutelares que residen en las cumbres de las montañas), Uywiris (espíritus), Illapa (el dios del trueno y rayo) o Phaxsi (la luna) siguen siendo venerados con el fin de obtener una cosecha óptima”, expone el texto.

OFRENDAS Y RECIPROCIDAD

En este contexto, entre los rituales de agradecimiento y petición, expresados a través de las ofrendas, se encuentran las waxt’as y las mesas.

Para el sociólogo, es así como se realizan las waxt’as (ofrendas) a nombre de Ispalla, Puqutur Mama y Llallaw Mama, y todas “madres”, es decir, espíritus de la papa que a su vez parecen ser emanaciones de la Pachamama, a la que Mendoza denomina “la gran madre que nutre a la humanidad”.

Las ‘mesas’, por otro lado, son los rituales instalados por amautas y yatiris en forma de “niditos que contienen ingredientes sabrosos para la Madre Tierra”, tales como hoja de coca, tabletas de azúcar prensadas en formas simbólicas, grasa y fetos de llama.

Éstos y otros insumos son quemados en honor a la Pachamama, en las ch’allas, willanchas, q’uwachas y chayawas.

El calor que surge del quemado de la mesa vertida entre las chacras es el instrumento que se utiliza para aumentar la fertilidad de la tierra, según Mendoza.

Cabe mencionar acá a las q’uwachas/q’uwadas, que son ofrendas de humo (sahumerios) efectuadas con q’uwa e incienso, mientras que las chayawas consisten en lanzar pétalos de flores y confites a las chacras, ofrenda típica para la época de precosecha y Carnavales.

“Sobre todo la chayawa es una manera de “alegrar” a la Pachamama... Hay que dar alegría a las ispallas y a las plantas para que haya buen crecimiento”, sostuvo el investigador.

Aunque por siglos estas costumbres estuvieron transtapadas por las logias conformadas por la élite de una sociedad colonial, desde la década de los 90, salió a la luz lo ancestral, constituyéndose en una de las más ricas expresiones culturales. (Cambio)