El Alto, 30 jun.- Junio es un mes sagrado para los adivinos. Cada uno de ellos sabe que desde la fiesta de San Juan hasta fin de mes es el tiempo ideal para la lectura correcta del futuro. Isaac Villa, amauta de Achacachi, provincia Omasuyos de La Paz, se encarga de aclarar ese hecho.

“Cada amauta sabe que para adivinar la suerte de la gente este fin de mes (junio) es sagrado” y no otras fechas, afirma Villa que permence sentado frente un sahumerio a un lado de la acera en plena Ceja de El Alto. Allí, el laberinto de los motorizados se reproduce entre los peatones que asemjan un enjambre, desordenado y avasallador.

Para la noche de San Juan y hasta los últimos días de junio los amautas de las provincias paceñas llegan y se asientan en las calles aledañas de la Ceja de El Alto, lugar donde decenas de personas acuden cada día para conocer su suerte en sus mesas ceremoniales armadas para el efecto.

La lectura de las cartas, cerveza con huevo, estaño fundido al que se le vierte agua fría, coca, alcohol y cigarro son parte de los recursos que utilizan los amautas para rebuscar entre los secretos de sus clientes y dibujar el futuro que les espera. Algunos tienen a la mano sapos disecados o quirquinchos adornados. El olor a incienso, coca y alcohol más el humo persistente congiguran el escenario para el encuentro entre los creyentes y los dueños de la suerte. La Ceja se pierde en cientos de vericuetos, entradas sin salida, rincones discretos, espacios en plena acera, todo se presta para atraer a quien está urgido de saber qué le depara el destino.

“Venimos del campo sólo esta semana para leer la suerte. Deberían estar agradecidos en la ciudad porque venimos finalizando junio y no otros meses. Si de verdad quisiéramos ganar dinero fácil, lo haríamos en otra época”, comenta Villa.

Teodocio Limachi, secretario general de los amautas, explica que no es cualquier persona la que lee el futuro. “Para ser amauta uno tiene que bautizarse y jurar ante el Pajtch’iry (templo sagrado) y no cualquiera puede hacerlo. Uno tiene que nacer con una mancha, de pie, con dos coronas en la cabeza o ver un rayo”, indica.

Pastor Ramos, también de la provincia Omasuyos, sostiene: “Este aprendisaje me lo enseñó mi abuelo, quien también fue amauta”. Con toda esa experiencia dice: “Sólo ganamos entre 60 y 80 bolivianos por día, si hay suerte de visitas”.

“La gente regatea cuando se sienta a consultar. Si es un pago para saber algo tan sagrado no deberían escatimar el costo. Cobramos entre cinco y hasta diez bolivianos por lectura”, asegura Ramos, que ya es un experto en la materia.

La vida del amauta no es fácil. No faltan los insultos y las agresiones, especialmente de los comerciantes y los minibuseros, que se los quieren retirar de la zona. Limachi representa a los amautas y afirma que hacerlo “significa tener la grandeza del hombe aymara, aún así sufrimos atropellos callejeros”. Se queja porque otros comerciantes que están apostados en el lugar los ven como una competencia.

Pero ellos, los amautas, no venden bienes materiales ni cosas usadas, sólo destapan el alma de la gente que confía en la sabiduría ancestral. En medio de aquel espacio sagrado, no faltan las agresiones y la discriminación de los incrédulos. De aquellos que, con mala intención, los llaman brujos.