o era una chica semiextranjera y triste, comenzando un viaje. No se trataba de vacaciones, sino de trabajo, aunque pagado discretamente. Sería asistente de producción para un documental. Era julio y 1992. Por aquellos días era atea; debiera decir agnóstica; o, tal vez, lo más ajustado a la verdad sea reconocer que me habían roto el corazón. Téngase, en consecuencia, la incredulidad como un brote de mi despecho.

No sé aún por qué me contrataron. No tenía conocimientos técnicos. Para ser honesta el documental me motivaba lo mínimo, menos aún la brujería que parecía interesarle a todos. Viajamos en una vagoneta 4 x 4, modelo 1981, durante una semana, desde La Paz hasta Ciudad de Piedra en un primer periplo; y, en un segundo circuito, de La Paz hasta Curva, el pueblo de los kallawayas.

Partimos un domingo.

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