El cerebro es la computadora de donde salen las órdenes que gobiernan al cuerpo. Esta masa gris es tan delicada, que la naturaleza la protege con huesos fuertes, para que no tan fácilmente sea dañado por alguna causa externa.

Un fuerte golpe en el cerebro puede causar estragos en el sistema nervioso voluntario, afectando a su propietario. Es la base del consciente, y ahí se concentran energías que ni la misma ciencia oficial ha sido capaz de descubrir.

El hecho de sufrir una lesión en el cerebro, ya sea por medio de un tumor, falta de oxígeno, o que se llegue a perder masa cerebral, por lógica, el daño debe ser de consecuencias nefastas. Pero se han dado casos, en los que la naturaleza juega una broma a los hombres de ciencia, y les demuestra que la lógica, no es tan exacta como muchos llegan a presumir.

En el Museo del Colegio Médico de Massachusetts, E. U. A. se encuentra un cráneo humano, en el que está incrustado un pedazo de hierro, de 3 pies de largo y con un peso de 13.6 Kilos. Esto tiene su historia, ya que en su momento fue llamado "Caso americano de la palanca".

Un 13 de septiembre de 1847, el empleado del ferrocarril de Rutland y Burlington, Phineas Cage, de 25 años de edad, laboraba con algunos explosivos que colocaba en un agujero. Se encontraba de rodillas, presionando el polvo con una barra de hierro de unos 3 centímetros de diámetros, afilada en la punta y plana en su base.

De repente sucedió la desgracia; al roce de la barra con una piedra se produjo una chispa, la cual alcanzó el polvo, produciéndose una tremenda explosión, y la barra atravesó el cráneo de Cage, deteniéndose a unas 18 pulgadas del interior, llegándole hasta la coronilla, con el otro lado proyectado a través de su pómulo izquierdo. El ojo de ese lado quedó fuera de su órbita.

A pesar de lo aparatoso del accidente, Cage se mantenía consciente. La explosión lo había empujado unos pasos hacia atrás y él, había caído de espaldas quedando aturdido por unos minutos.

Sus compañeros de trabajo le brindaron el auxilio. Fue trasladado a un hotel ubicado a 1 kilómetro de distancia, donde lo atendió el galeno en turno. Cage nunca perdió el sentido. Bajó por su propio pie del automóvil. El médico le extrajo la barra y pedazos de masa cerebral, fueron removidos por un cirujano que había sido llamado para esa emergencia.

Los médicos esperaban en cualquier instante el desenlace. A las 10 de la noche del día del accidente, Cage había salido de la anestesia.

Su recuperación fue asombrosa. Perdió el ojo izquierdo y vivió varios años después del accidente. Muchos especialistas de la época lo sometieron a infinidad de estudios, y ninguno atinaba a comprender, cómo era posible que continuara con vida. Su desenlace fue por causas naturales.

El doctor Augustin Iturricha reportó a la Sociedad Antropológica de Sucre, en Bolivia, en 1940, un reporte y dejó escritas unas preguntas, para que en su momento fueran contestadas.

Este doctor, junto con su colega Nicolás Ortiz, habían estudiado el caso de un paciente masculino de 14 años de edad, que era paciente de la clínica del doctor Ortiz. El muchacho había recibido tratamiento debido a un absceso cerebral. Hasta el día de su fallecimiento, había estado consciente y en uso de sus capacidades físicas y mentales, quejándose sólo de un fuerte dolor de cabeza.

A su fallecimiento le fue practicada la autopsia, quedando asombrados los galenos, al descubrir que el muchacho, prácticamente estaba decapitado. Su masa cerebral estaba casi despegada del bulbo. Existía un gran absceso, que incluía parte del cerebro y al cerebelo en su totalidad. Bajo estas circunstancias, ¿qué era lo que utilizaba el paciente para pensar?

Es conocido que una persona no puede vivir sin cerebro. Es más que imposible. Pero la ciencia médica quedó desconcertada, con el descubrimiento que hiciera el médico alemán, especialista en neurología, Hufeland. Este galeno, no daba crédito a lo que ante sus ojos le mostraba la autopsia practicada a un hombre, que en vida se encontraba paralizado, pero en pleno uso de sus facultades, hasta el momento de su muerte. Cuando se le abrió la cabeza, con asombro, descubrieron que en lugar de cerebro, en ese sitio sólo había 11 onzas de agua.

El Medical Press of Western New York, en 1888, relató a grandes columnas el caso de un marinero que laboraba en la cubierta de un barco que navegaba por los canales, y que fue atrapado entre la estructura de madera y la del barco. La esquina del puente le cortó parte de la cabeza.

La incisión se iniciaba 5 centímetros arriba de su ojo derecho, dando como resultado la pérdida de una cuarta parte de su cráneo. Los médicos que lo trataron, dijeron que presentaba una pérdida sustancial de materia cerebral y de sangre.

Una hora después de estar laborando los cirujanos, el paciente abrió los ojos y preguntó qué había pasado. Cuando lo estaban vendando, ante el asombro de los galenos, se sentó en la cama, se puso de pie y comenzó a vestirse.

Dos meses después regresó a su faena laboral. Presentaba leves mareos, pero su salud era estable. 26 años después del accidente, mostraba un pronunciado balanceo al caminar, y parálisis parcial de mano y pierna izquierda.

Treinta años después, Este hombre ingresaba a un hospital en Búfalo, en 1887, con un área cóncava en su cabeza que se extendía desde la oreja a la coronilla. Posteriormente lo dieron de alta y los médicos, apuntaron en sus reportes que presentaba tendencia a la histeria, y sollozaba como un niño cuando se le regañaba.

Casos como los mencionados aquí, existen varios, en los que ciertas personas han perdido, incluso la mitad de su cerebro y continúan llevando una vida normal. Pareciera que estas personas, tienen un don o poder especial diferente al común de la humanidad.

por Frank Barrios / oem.com.mx

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